Entradas con "Translation" disponen de versión castellana.

Sunday, March 25, 2012

Softball at Dusk (NPR 3-Minute Fiction, round 8)


She closed the book, placed it on the table, and finally, decided to walk through the door.
Evening was spreading a bluish shadow over the front yard when Jackie’s mother called again from the kitchen. "Didn't you hear what I said?" Jackie stopped short of the door and backed up the stairs.
"Joanne's the one who left it there," Jackie said. "Not me."
Her father's car crunched over the gravel driveway. Jackie listened for the slam of the car door. Her father would set things straight, make Joanne get her stupid ball, tousle Jackie's hair. The garage door opened and closed. Her father sat heavily on the stairs to take off his shoes, and her mother raised the tone of her voice.
"Jackie, go get the ball from the yard. Don't make me ask you again!"
"I didn't leave it out there," she said evenly, wondering if her father would make Joanne go to bed without any dinner.
"Jackie!" her father's voice boomed below her. "Get over here right this minute!"
Not daring to disobey, Jackie walked back down the steps to where her father stood by the front door. "It's not my ball," she whined, "I didn’t leave it there."
"I didn't ask who did what. Get out there and bring it in."
"It's not..."
Her father pulled her across the threshold and smacked her bottom, sending her stumbling across the porch into the murky twilight. The door clicked shut behind her. She stood in the dampening grass and tasted the metal onset of tears, blinking them back as the white softball went in and out of focus across the grey expanse of lawn. The unfairness of it engulfed her where she stood listening to the swish of cars passing on the road out past the wooden fence.
She shuffled down the brick path that lead to the driveway and the cold, dark, hungry world beyond. She stopped next to the umbrella tree, the showy one she had never climbed before. Her sister couldn’t climb trees. Jackie reached out and with a small jump grabbed a branch, swung her legs up. She eased into the crook where the thick branches spread out, trussed in heavy, oval leaves. She tucked her feet up under her and was hidden absolutely, sheltered and unafraid.
She sat wishing that she had her book, watching for a light in their bedroom window. Her father would appear soon. He would drag Joanne out and make her pick up the softball, send her to bed early, then come back outside and stand under the tree. "I’m sorry," he would say quietly before holding his arms out for Jackie to climb into, pretending not to hug her as he set her on the ground.
The light came on in her bedroom, then went out again. Across the street the McCarthy’s spaniel barked sharply. Cars continued to swish by, brake lights blinking red through her leafy blind. Jackie let a stream of tears dry on her face, swiped the back of her hand against her nose. Her stomach grumbled. It was so unfair. She dangled her legs against the rough bark, swung herself out of the tree and landed softly, dropping to her knees. She ripped at blades of grass and held them to her nose, breathed the crisp green smell. She stood to brush herself off, then walked to where the softball lay bright against the dark lawn and picked it up. She tossed it into the air and caught it again twice before turning towards the front door that shone orange under the powerful porch light.


(Versión en castellano)


Cerró el libro, lo dejó en la mesa, y finalmente, decidió pasar por la puerta.
El atardecer tendía su penumbra azul sobre el césped del jardín cuando la madre de Jackie volvió a gritar desde la cocina. -¿No me has oído? -Jackie se paró ante la puerta y volvió a subir las escaleras.
-Joanne la dejó fuera,- dijo Jackie.- No fui yo.
El coche de su padre sonó en el camino de tierra y Jackie esperaba el cierre de su puerta. Su padre pondría todo en su sitio, obligaría a Joanne a recoger su propia pelota. Despeinaría a Jackie con la mano al pasar. La puerta del garaje se abrió y se cerró. Su padre se dejó caer en un escalón para quitarse los zapatos, y su madre elevó el tono de voz.
-Jackie, ¡ves y recoges esa pelota del jardín! ¡No me lo hagas repetir dos veces!
-Yo no la dejé allí fuera, -dijo con voz queda. Quizás su padre enviara a Joanne a la cama sin cenar.
-¡Jackie! –la voz de su padre retumbó desde la entrada. -¡Ven aquí ahora mismo!
No podía desafiarlo. Bajó las escaleras hasta llegar donde le esperaba su padre ante la puerta principal. –La pelota no es mía –se quejó. –Yo no la dejé fuera.
-No he preguntado quién dejó nada ni dónde. Sal a buscarlo.
-Es que no es m...
Su padre le arrastró por el umbral de la puerta donde le pegó en el culo, enviándole a cruzar el porche dando traspiés hasta entrar en el hosco atardecer. La puerta se cerró con un clic detrás. De pie sobre la hierba húmeda, notaba el gusto metálico de un principio de lágrimas que paró con los párpados al enfocar y desenfocar el punto blanco que era la pelota de softball a través de la extensión grisácea del césped. Le fue creciendo la sensación de injusticia con el siseo de los coches que pasaban por la carretera al otro lado de la verja de madera.
Jackie arrastraba los pies por el sendero de ladrillos que llevaba al camino del garaje. Más allá esperaba el mundo frío, oscuro y hambriento, pero se detuvo al lado de la morera, el gran árbol de sombra al que nunca antes había subido. Su hermana no podía subirse a los árboles. Jackie alargó los brazos. Con un pequeño salto se agarró a una rama y elevó las piernas. Se acomodó en la horquilla de donde se extendían las ramas gordas, adornadas con pesadas hojas ovaladas. Se acurrucó con los pies metidos debajo y quedó escondida de manera absoluta; protegida y sin miedo.
Aunque echaba de menos su libro, se contentó con vigilar la ventana de la habitación por si se encendía alguna luz. Pronto aparecería su padre. Arrastraría a Joanne por el brazo hasta obligarle a recoger la pelota de softball. Le enviaría a la cama antes de hora. Luego volvería a salir. Se pararía debajo del árbol. –Perdóname –diría pausadamente antes de extender sus brazos para que Jackie bajara, fingiendo no abrazarle mientras le depositaba sobre la tierra.
Se encendió la luz de la habitación y luego se volvió a apagar. Al otro lado de la calle el cocker de los McCarthy soltaba ladridos secos. Seguían con su siseo los coches, y las luces rojas de los frenos parpadeaban a través del frondoso escondite. Jackie dejó que se secara un reguero de lágrimas en las mejillas y restregó la mano contra la nariz. Hacían ruido sus tripas. No era justo. Dejó caer sus piernas contra la corteza áspera y saltó del árbol, cayendo suavemente a las rodillas. Rompía unas hojas de hierba y las llevó a la nariz, inhalando el nítido olor a verde. Se puso de pie y se sacudía la ropa, luego se acercó al lugar donde quedó luminosa la pelota contra la hierba oscura y la recogió. La tiró al aire y la volvió a coger dos veces antes de girar hacia la puerta principal que brillaba naranja bajo el potente foco del porche.


Sunday, March 4, 2012

Bacalao al pil-pil

                                                                                                                                   (in English, too)

                                                                                           a los chicos de LosViernes

   Tú te doblas para llegar al horno, donde la honda sartén de metal negro con pecas
blancas calienta la ventresca de bacalao que te habían guardado en el puesto del
mercado. Agitas la sartén y me enseñas los trocitos de ajo que se deshacen en el aceite y
la grasa negra de la piel.
   -¿Ves que rico? -me preguntas con tu sonrisa de payaso, las cejas arqueadas y tus
manos enfundadas en manoplas de cocina que dibujan escenas de granja. Cierras la
puerta del horno y me coges en brazos. -Te va a encantarrrr -me dices contra la oreja
que me muerdes a continuación.
   Estamos en tu cocina, la cocina donde vivías cuando yo te conocí. Es nuestra primera
presentación como pareja y yo estoy nerviosa. Tú no, claro, porque es tu hermano y su
familia, su mujer y su hijo pequeño, y tienes muchas ganas de que me conozcan. Yo,
una mujer mayor, del imperio malvado, divorciada y con hija acuestas, no estoy tan
segura de caer bien. Es más: estoy en tu casa, haciendo de pareja tuya, cuando la casa
era de otra mujer, que había sido tu pareja y, con la pareja de tu hermano, los cuatro
erais culo y mierda. Con perdón.
   Te recuerdo agitando aquella sartén honda, negra con pecas blancas, la misma sartén
con la que he enseñado a tu hija a freír pimientos rojos. No le he enseñado a hacer
bacalao al pil-pil, porque sólo lo hiciste aquella vez. Era tu especialidad, pero no se
volvió a repetir. Nos lanzamos a las casas de fin de semana con barbacoa y sanseacabó
los bacalaos al pil-pil, los que nunca llegó a probar tu hija, como otras muchas cosas
que nunca tuvo de ti. En fin.
   Llegaron tu hermano y su familia pero, si te soy sincera, te diré que no llenaron la sala
de calor y alegría. Sonreían, trajeron una botella de vino, preguntaron por mi hija, pero
me miraban de reojo. ¿Sabes por qué? Te diré porqué, ahora que lo sé. Porque sentían
unos celos terribles de nosotros. De la forma en que me mirabas y en que te hacía reír.
De la manera en que se iluminaban mis ojos cuando me apretabas la rodilla o intentabas
hacerme cosquillas. Del calor que desprendían nuestras manos apretadas.
   Y no comieron tu bacalao al pil-pil. El crío tiró su plato al suelo nada más acabar de
ponerlo todo en la mesa porque no le gustaba y no lo quería comer. Su madre abandonó
la mesa para limpiar el suelo y castigar al niño, acostándose junto a él en la cama de
invitados, y tu hermano se excusó con un dolor de estómago que llevaba arrastrando
desde el viernes. Tú y yo nos zampamos a gusto tu bacalao al pil-pil y tenías razón. Me
encantó. Lo que más me gustó, sin embargo, fue la manera en que me miraste cada vez
que llevaba el tenedor a la boca, como para asegurarte de que realmente me gustaba, de
que mi amor era real. Y fíjate que aún soy capaz de saborear ese plato, de apreciar el
brillo en tus ojos al mirarme.
   Fregaríamos, supongo, aunque puede que fregara tu ex-cuñada. Tomaríamos piscosours
y nos contaríamos historias (de las suaves e inocuas, inofensivas) hasta sentir que
volvíamos a formar una familia, al menos durante un tiempo, y supongo que durante un
tiempo sí que lo hicimos, a la manera de todas las familias. Continuaríamos hablando de
tu bacalao al pil-pil y de cómo lo repetiríamos, aunque a fecha de hoy no existe ninguna
de las posibles familias de ese momento. Existimos tu hija, mi hija y yo, y existe tu
sartén bacaladera, aunque con un punto cada vez más desgastado que cualquier día cede
al tiempo y al óxido. Entonces, la pondré en la terraza junto a las demás macetas
recuerdo y plantaré en ella otro esqueje, a ver si crece.

Bacalao al pil-pil

   You bend over in order to reach the oven, where the deep pan, the black metal one
with white specks, is heating the choice piece of cod they saved for you in the market.
You shake the pan and show me the bits of garlic melting in the oil and black grease of
the skin.
   “Isn't that delicious?” you ask me making that smile like a clown, your eyebrows
arched and your hands immersed in kitchen gloves decorated with a farm motif. You
close the oven door and take me in your arms. “You are going to loooooovvvee it,” you
say against my ear which you then bite.
   We’re in your kitchen, the kitchen where you lived when I met you. It is our first
appearance as a couple and I’m nervous. You are not, of course, because it is your
brother and his family, his wife and their small son, and you really want them to meet
me. I, an older woman from the evil empire, divorced and with a child of my own, am
not so sure of being liked. What’s more, I am in your house as your partner, when the
house was yours with another woman who had been your partner and, together with
your brother’s wife, you four were thick as thieves. Forgive the comparison.
   I remember you shaking that deep black metal pan with white flecks, the same pan
I’ve used to teach your daughter how to fry red peppers. I haven’t taught her how to
make bacalao al pil-pil, because you made it just that once. It was your special dish, but
you never made it again. We started taking off for holiday houses with barbeque pits
and that was all she wrote for bacalao al pil-pil, the dish your daughter never tried, like
many other things she never got from you. Anyway.
   Your brother and his family arrived but, to be honest, I’d have to say they didn’t fill
the room with warmth and happiness. They smiled, they brought a bottle of wine, they
asked after my daughter, but they watched me from the corners of their eyes. You know
why? I’ll tell you why, now that I know. Because they were unbelievably jealous of us.
Of the way you looked at me and the way I made you laugh. Of the way my eyes lit up
when you squeezed my knee or tried to tickle me. Of the heat given off by our held
hands.
   And they didn’t eat your bacalao al pil-pil. The kid threw his plate on the floor as
soon as the table was laid out because he didn’t like it and wasn’t gonna eat it. His
mother left the table to clean the floor and punish the boy, lying down with him in the
guest bed, and your brother excused himself because of a stomach ache he’d had since
Friday. You and I dug into your bacalao al pil-pil and you were right. I loved it. But
what I most loved was the way you looked at me every time I brought the fork to my
mouth, as if you were making sure that I really did like it, that my love was real. And,
listen, I can still taste that dish right now, can see the shine in your eyes, that look.
   We would have washed up, I guess, although maybe your ex-sister-in-law did the
dishes. We would have made some whiskey-sours and we would have told stories (easy,
innocuous, polite ones) until we began to feel that we were a family again, at least for a
while, and I guess for a while we were, in the way all families are. We would go on
talking about your bacalao al pil-pil and how we would do it again, although today
none of the families there might have been then exist anymore. Your daughter, my
daughter and I exist, as does your pil-pil pan, despite the worn spot which any day now
will succumb to time and rust. When it does I’ll take it out to the terrace with all the
other memento pots and stick a cutting in it to see if it will grow.

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