She closed the book, placed
it on the table, and finally, decided to walk through the door.
Evening was spreading a
bluish shadow over the front yard when Jackie’s mother called again from the
kitchen. "Didn't you hear what I said?" Jackie stopped short of the
door and backed up the stairs.
"Joanne's the one who
left it there," Jackie said. "Not me."
Her father's car crunched
over the gravel driveway. Jackie listened for the slam of the car door. Her
father would set things straight, make Joanne get her stupid ball, tousle
Jackie's hair. The garage door opened and closed. Her father sat heavily on the
stairs to take off his shoes, and her mother raised the tone of her voice.
"Jackie, go get the ball
from the yard. Don't make me ask you again!"
"I didn't leave it out
there," she said evenly, wondering if her father would make Joanne go to
bed without any dinner.
"Jackie!" her
father's voice boomed below her. "Get over here right this minute!"
Not daring to disobey, Jackie
walked back down the steps to where her father stood by the front door.
"It's not my ball," she whined, "I didn’t leave it there."
"I didn't ask who did
what. Get out there and bring it in."
"It's not..."
Her father pulled her across
the threshold and smacked her bottom, sending her stumbling across the porch
into the murky twilight. The door clicked shut behind her. She stood in the
dampening grass and tasted the metal onset of tears, blinking them back as the
white softball went in and out of focus across the grey expanse of lawn. The
unfairness of it engulfed her where she stood listening to the swish of cars
passing on the road out past the wooden fence.
She shuffled down the brick
path that lead to the driveway and the cold, dark, hungry world beyond. She
stopped next to the umbrella tree, the showy one she had never climbed before. Her
sister couldn’t climb trees. Jackie reached out and with a small jump grabbed a
branch, swung her legs up. She eased into the crook where the thick branches
spread out, trussed in heavy, oval leaves. She tucked her feet up under her and
was hidden absolutely, sheltered and unafraid.
She sat wishing that she had
her book, watching for a light in their bedroom window. Her father would appear
soon. He would drag Joanne out and make her pick up the softball, send her to
bed early, then come back outside and stand under the tree. "I’m
sorry," he would say quietly before holding his arms out for Jackie to
climb into, pretending not to hug her as he set her on the ground.
The light came on in her
bedroom, then went out again. Across the street the McCarthy’s spaniel barked
sharply. Cars continued to swish by, brake lights blinking red through her
leafy blind. Jackie let a stream of tears dry on her face, swiped the back of
her hand against her nose. Her stomach grumbled. It was so unfair. She dangled
her legs against the rough bark, swung herself out of the tree and landed
softly, dropping to her knees. She ripped at blades of grass and held them to
her nose, breathed the crisp green smell. She stood to brush herself off, then walked
to where the softball lay bright against the dark lawn and picked it up. She tossed
it into the air and caught it again twice before turning towards the front door
that shone orange under the powerful porch light.
(Versión en castellano)
Cerró el
libro, lo dejó en la mesa, y finalmente, decidió pasar por la puerta.
El
atardecer tendía su penumbra azul sobre el césped del jardín cuando la madre de
Jackie volvió a gritar desde la cocina. -¿No me has oído? -Jackie se paró ante
la puerta y volvió a subir las escaleras.
-Joanne
la dejó fuera,- dijo Jackie.- No fui yo.
El coche
de su padre sonó en el camino de tierra y Jackie esperaba el cierre de su
puerta. Su padre pondría todo en su sitio, obligaría a Joanne a recoger su
propia pelota. Despeinaría a Jackie con la mano al pasar. La puerta del garaje se
abrió y se cerró. Su padre se dejó caer en un escalón para quitarse los
zapatos, y su madre elevó el tono de voz.
-Jackie,
¡ves y recoges esa pelota del jardín! ¡No me lo hagas repetir dos veces!
-Yo no
la dejé allí fuera, -dijo con voz queda. Quizás su padre enviara a Joanne a la
cama sin cenar.
-¡Jackie!
–la voz de su padre retumbó desde la entrada. -¡Ven aquí ahora mismo!
No podía
desafiarlo. Bajó las escaleras hasta llegar donde le esperaba su padre ante la
puerta principal. –La pelota no es mía –se quejó. –Yo no la dejé fuera.
-No he
preguntado quién dejó nada ni dónde. Sal a buscarlo.
-Es que
no es m...
Su padre
le arrastró por el umbral de la puerta donde le pegó en el culo, enviándole a cruzar
el porche dando traspiés hasta entrar en el hosco atardecer. La puerta se cerró
con un clic detrás. De pie sobre la hierba húmeda, notaba el gusto metálico de
un principio de lágrimas que paró con los párpados al enfocar y desenfocar el
punto blanco que era la pelota de softball a través de la extensión grisácea
del césped. Le fue creciendo la sensación de injusticia con el siseo de los
coches que pasaban por la carretera al otro lado de la verja de madera.
Jackie arrastraba
los pies por el sendero de ladrillos que llevaba al camino del garaje. Más allá
esperaba el mundo frío, oscuro y hambriento, pero se detuvo al lado de la
morera, el gran árbol de sombra al que nunca antes había subido. Su hermana no podía
subirse a los árboles. Jackie alargó los brazos. Con un pequeño salto se agarró
a una rama y elevó las piernas. Se acomodó en la horquilla de donde se
extendían las ramas gordas, adornadas con pesadas hojas ovaladas. Se acurrucó con
los pies metidos debajo y quedó escondida de manera absoluta; protegida y sin
miedo.
Aunque
echaba de menos su libro, se contentó con vigilar la ventana de la habitación por
si se encendía alguna luz. Pronto
aparecería su padre. Arrastraría a Joanne por el brazo hasta obligarle a recoger la pelota de
softball. Le enviaría a la cama antes de hora. Luego volvería a salir. Se
pararía debajo del árbol. –Perdóname –diría pausadamente antes de extender sus
brazos para que Jackie bajara, fingiendo no abrazarle mientras le depositaba
sobre la tierra.
Se
encendió la luz de la habitación y luego se volvió a apagar. Al otro lado de la
calle el cocker de los McCarthy soltaba ladridos secos. Seguían con su siseo
los coches, y las luces rojas de los frenos parpadeaban a través del frondoso
escondite. Jackie dejó que se secara un reguero de lágrimas en las mejillas y
restregó la mano contra la nariz. Hacían ruido sus tripas. No era justo. Dejó caer sus piernas contra la
corteza áspera y saltó del
árbol, cayendo suavemente a las rodillas. Rompía unas hojas de hierba y las llevó a la nariz,
inhalando el nítido olor a verde. Se puso de pie y se sacudía la ropa, luego se
acercó al lugar donde quedó luminosa la pelota contra la hierba oscura y la
recogió. La tiró al aire y la volvió a coger dos veces antes de girar hacia la
puerta principal que brillaba naranja bajo el potente foco del porche.