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Sunday, March 4, 2012

Bacalao al pil-pil

                                                                                                                                   (in English, too)

                                                                                           a los chicos de LosViernes

   Tú te doblas para llegar al horno, donde la honda sartén de metal negro con pecas
blancas calienta la ventresca de bacalao que te habían guardado en el puesto del
mercado. Agitas la sartén y me enseñas los trocitos de ajo que se deshacen en el aceite y
la grasa negra de la piel.
   -¿Ves que rico? -me preguntas con tu sonrisa de payaso, las cejas arqueadas y tus
manos enfundadas en manoplas de cocina que dibujan escenas de granja. Cierras la
puerta del horno y me coges en brazos. -Te va a encantarrrr -me dices contra la oreja
que me muerdes a continuación.
   Estamos en tu cocina, la cocina donde vivías cuando yo te conocí. Es nuestra primera
presentación como pareja y yo estoy nerviosa. Tú no, claro, porque es tu hermano y su
familia, su mujer y su hijo pequeño, y tienes muchas ganas de que me conozcan. Yo,
una mujer mayor, del imperio malvado, divorciada y con hija acuestas, no estoy tan
segura de caer bien. Es más: estoy en tu casa, haciendo de pareja tuya, cuando la casa
era de otra mujer, que había sido tu pareja y, con la pareja de tu hermano, los cuatro
erais culo y mierda. Con perdón.
   Te recuerdo agitando aquella sartén honda, negra con pecas blancas, la misma sartén
con la que he enseñado a tu hija a freír pimientos rojos. No le he enseñado a hacer
bacalao al pil-pil, porque sólo lo hiciste aquella vez. Era tu especialidad, pero no se
volvió a repetir. Nos lanzamos a las casas de fin de semana con barbacoa y sanseacabó
los bacalaos al pil-pil, los que nunca llegó a probar tu hija, como otras muchas cosas
que nunca tuvo de ti. En fin.
   Llegaron tu hermano y su familia pero, si te soy sincera, te diré que no llenaron la sala
de calor y alegría. Sonreían, trajeron una botella de vino, preguntaron por mi hija, pero
me miraban de reojo. ¿Sabes por qué? Te diré porqué, ahora que lo sé. Porque sentían
unos celos terribles de nosotros. De la forma en que me mirabas y en que te hacía reír.
De la manera en que se iluminaban mis ojos cuando me apretabas la rodilla o intentabas
hacerme cosquillas. Del calor que desprendían nuestras manos apretadas.
   Y no comieron tu bacalao al pil-pil. El crío tiró su plato al suelo nada más acabar de
ponerlo todo en la mesa porque no le gustaba y no lo quería comer. Su madre abandonó
la mesa para limpiar el suelo y castigar al niño, acostándose junto a él en la cama de
invitados, y tu hermano se excusó con un dolor de estómago que llevaba arrastrando
desde el viernes. Tú y yo nos zampamos a gusto tu bacalao al pil-pil y tenías razón. Me
encantó. Lo que más me gustó, sin embargo, fue la manera en que me miraste cada vez
que llevaba el tenedor a la boca, como para asegurarte de que realmente me gustaba, de
que mi amor era real. Y fíjate que aún soy capaz de saborear ese plato, de apreciar el
brillo en tus ojos al mirarme.
   Fregaríamos, supongo, aunque puede que fregara tu ex-cuñada. Tomaríamos piscosours
y nos contaríamos historias (de las suaves e inocuas, inofensivas) hasta sentir que
volvíamos a formar una familia, al menos durante un tiempo, y supongo que durante un
tiempo sí que lo hicimos, a la manera de todas las familias. Continuaríamos hablando de
tu bacalao al pil-pil y de cómo lo repetiríamos, aunque a fecha de hoy no existe ninguna
de las posibles familias de ese momento. Existimos tu hija, mi hija y yo, y existe tu
sartén bacaladera, aunque con un punto cada vez más desgastado que cualquier día cede
al tiempo y al óxido. Entonces, la pondré en la terraza junto a las demás macetas
recuerdo y plantaré en ella otro esqueje, a ver si crece.

Bacalao al pil-pil

   You bend over in order to reach the oven, where the deep pan, the black metal one
with white specks, is heating the choice piece of cod they saved for you in the market.
You shake the pan and show me the bits of garlic melting in the oil and black grease of
the skin.
   “Isn't that delicious?” you ask me making that smile like a clown, your eyebrows
arched and your hands immersed in kitchen gloves decorated with a farm motif. You
close the oven door and take me in your arms. “You are going to loooooovvvee it,” you
say against my ear which you then bite.
   We’re in your kitchen, the kitchen where you lived when I met you. It is our first
appearance as a couple and I’m nervous. You are not, of course, because it is your
brother and his family, his wife and their small son, and you really want them to meet
me. I, an older woman from the evil empire, divorced and with a child of my own, am
not so sure of being liked. What’s more, I am in your house as your partner, when the
house was yours with another woman who had been your partner and, together with
your brother’s wife, you four were thick as thieves. Forgive the comparison.
   I remember you shaking that deep black metal pan with white flecks, the same pan
I’ve used to teach your daughter how to fry red peppers. I haven’t taught her how to
make bacalao al pil-pil, because you made it just that once. It was your special dish, but
you never made it again. We started taking off for holiday houses with barbeque pits
and that was all she wrote for bacalao al pil-pil, the dish your daughter never tried, like
many other things she never got from you. Anyway.
   Your brother and his family arrived but, to be honest, I’d have to say they didn’t fill
the room with warmth and happiness. They smiled, they brought a bottle of wine, they
asked after my daughter, but they watched me from the corners of their eyes. You know
why? I’ll tell you why, now that I know. Because they were unbelievably jealous of us.
Of the way you looked at me and the way I made you laugh. Of the way my eyes lit up
when you squeezed my knee or tried to tickle me. Of the heat given off by our held
hands.
   And they didn’t eat your bacalao al pil-pil. The kid threw his plate on the floor as
soon as the table was laid out because he didn’t like it and wasn’t gonna eat it. His
mother left the table to clean the floor and punish the boy, lying down with him in the
guest bed, and your brother excused himself because of a stomach ache he’d had since
Friday. You and I dug into your bacalao al pil-pil and you were right. I loved it. But
what I most loved was the way you looked at me every time I brought the fork to my
mouth, as if you were making sure that I really did like it, that my love was real. And,
listen, I can still taste that dish right now, can see the shine in your eyes, that look.
   We would have washed up, I guess, although maybe your ex-sister-in-law did the
dishes. We would have made some whiskey-sours and we would have told stories (easy,
innocuous, polite ones) until we began to feel that we were a family again, at least for a
while, and I guess for a while we were, in the way all families are. We would go on
talking about your bacalao al pil-pil and how we would do it again, although today
none of the families there might have been then exist anymore. Your daughter, my
daughter and I exist, as does your pil-pil pan, despite the worn spot which any day now
will succumb to time and rust. When it does I’ll take it out to the terrace with all the
other memento pots and stick a cutting in it to see if it will grow.

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